7 mar 2011

DIA 27 – Sábado

-¿Alguna vez te ha pasado que te has enamorado de alguien mayor?... ¿Has pasado por el bochornoso momento en el que confunden a tu enamorado con tu hermano mayor?- preguntó Verónica a Josefa mientras Víctor, novio de Josefa, y yo hacíamos los preparados para la parrillada en la nueva casa de Josefa.

-¡Las relaciones con personas mayores no son nada del otro mundo!… ¡a decir verdad son bastantes comunes, pero no a todos les parecen normales!- respondió Josefa -¡No me digas que te estás arrepintiendo de estar con Ricardo!…

-¡No!… ¡para nada!…

-¿Entonces?- dijo Josefa.

-¡Mi Ricardo es una bella persona!… ¡lo amo con todo!… ¡pero!… ¿por qué será que a unas personas nos atraen más los maduritos?...

-¡Para responder a esta pregunta, tendríamos que platicar con un psicólogo especializado en temas femeninos!- ambas sonrieron -¡De entrada nos diría que todas las personas inconscientemente buscan en su pareja cierto parecido con sus padres!… ¡Con base en eso, podríamos pensar que las chicas somos más abiertas en tener una pareja mayor o que de alguna forma buscamos en nuestra pareja al padre que nos pueda proteger!… Hay cuatro posiciones existenciales básicas que se pueden tomar: Yo estoy bien, tú estás bien (según la realista)… Yo estoy bien, tú estás mal (según la paranoide)… Yo estoy mal, tú estás bien (según la depresiva)… y Yo estoy mal, tú estás mal (según la fútil)… y según la teoría cada quien busca una pareja que complemente su posición existencial… por ejemplo, si hablamos de una persona en una posición depresiva que según sus mandatos necesite ser protegida, resguardada, que se sienta invalida o incompetente, muy probablemente va a buscar una pareja que sea protectora, totalmente competente, que le resuelva la vida, es decir, una figura paterna que puede estar representada en una persona mayor…

-¡Los chicos de mi edad suelen tener prioridades distintas a las mías!… ¡no tienen claro qué es lo que van a hacer con el resto de su vida y no creen en una pareja estable!… ¡es esa seguridad de los hombres mayores la que me atrae!… ¡generalmente ya hicieron todas las locuras que tenían que hacer durante su juventud y sólo les queda la experiencia!… ¡son capaces de decidir sin tantos titubeos e incluso aconsejarte!… ¡Lo malo es quizá que no puedes compartir todo con ellos por la diferencia generacional o a veces, puede existir una divergencia de metas enorme, pero ésta puede ser propia de cualquier relación, sin importar las edades!- dijo Verónica.

-¡Salir con hombres mayores tiene sus beneficios!… ¡Primero, porque son más maduros!… ¡Segundo, porque he encontrado que con ellos te puedes ver más a futuro que con alguien de tu misma edad y por ende tienes una relación más sólida!… ¡Aunque también hay desventajas que vienen junto con el hecho de que sean más maduros, es decir, no hay lugar para andar jugando, te tienes que comportar igual de madura y eso puede hacer que la relación sea un poco monótona!… ¿no crees?- dijo Josefa.

-¡La respuesta de por qué nosotras las chicas a veces preferimos a los hombres mayores, puede estar en muchos lados!… ¡Tal vez es porque inconscientemente buscamos una figura paternal; tal vez es porque preferimos no arriesgarnos e irnos con los que tienen experiencias; tal vez es porque los menores o de nuestra edad nos parecen aburridos y hasta inmaduros!… ¡Debe de tener algo de cierto eso de que nosotras las mujeres maduramos primero que los hombres!… ¡no sé si será por esta razón, pero hay algo interesante en la relación cuando se está con alguien mayor!… ¡Los temas de conversación son más interesantes, las historias se vuelven propias y no de alguien que te contó, se conocen más a sí mismos, son más caballerosos, se preocupan por ti, saben escuchar y aconsejar, saben mejor su interés sexual, saben lo que quieren, piensan en el futuro, trabajan y, sobre todo, son independientes!- dijo Verónica.

-¡Al final de cuentas, cada quien busca su media naranja para lo que quiere, eso sí, José José tuvo razón al decir "Cuarenta y veinte, es el amor lo que importa y no lo que diga la gente"!… ja, ja, ja…

Ambas comenzaron a reírse de aquella conversación que sostenían.

-¡Chicas!… en vez de estar loreando, ¿por qué no se acercan a ayudarnos en el aderezo de las carnes?- propuse.

-¡Si amorcito, en un momento vamos!- dijo Verónica.

-¿Lo quieres, no es así?- preguntó Josefa.

-¡Claro que sí!… ¡de eso no hay duda!… ¡lo amo con todo mi corazón!… ¡Aunque el solo me dice que me quiere!…

-¡El siente lo mismo por ti Vero!… ¡no lo dudes!… ¡él te quiere muchísimo!… ¡te lo digo yo que lo conozco casi perfectamente en cuestiones de su corazoncito!…

-¡Sé que eres su mejor amiga y confidente!… ¡y que te cuenta todo lo que hace y lo que siente hacia alguien!…

-¡Ni te lo creas!… ¡ese patita no me cuenta todo mi querida Verito!… ¡las mañoserías se las guarda para ustedes!… ja, ja, ja…

Nuevamente las risas brotaron de ambas chicas provocando un enrojecimiento en el rostro de Verónica.

-¡Dime Ricardo!- preguntó Víctor -¿Es cierto que eres escritor?...

-¡No cholo!… ¡aun!… ¡que estoy en pininos es diferente!… ¡Porque el acto de escribir es algo maravilloso, morir y revivir, capitular y triunfar, mirarse en el espejo y huir despavorido de uno mismo y regresar de esa fuga siendo otro, y siendo otro quizá mejor, más consciente de sus debilidades y limitaciones, de su miserable condición humana!… ¡Escribir es por eso, una condena y una bendición, el látigo con el que estás condenado a azotarte y también el regalo más maravilloso de los dioses, que te permiten, al concederte ese don tan pérfido, suplantarlos por un momento apenas fugaz, jugar tú mismo a ser dios, a tener un poder infinito sobre tus historias y tus personajes, a transgredir todos los límites de la realidad, a darles vida a unas criaturas adorables o monstruosas y hacer con ellas lo que mejor quieras, salvarlas del peligro o liquidarlas sin piedad, a decidir sin que nadie se atreva a contrariarte todo lo que habrá de ocurrir en esas páginas donde tú y sólo tú jugarás a ser dios, un dios caprichoso, arrogante y deliciosamente confundido, un dios confundido, sí, porque cuando escribes gozas de un poder omnímodo y puedes hacer todo lo que quieras y, sin embargo, a menudo no sabes qué diablos hacer, y descubres entonces lo que en verdad eres: un dios lisiado, minusválido, sólo un dios de mentira!… ¡Pero, el escritor es también, además de un camaleón y un dios confundido, un aguafiestas, un espía, un agente infiltrado, porque la suya es una tarea a menudo incomprendida, la de observar con una mínima perspicacia todo cuanto acontece a su alrededor, registrar minuciosamente eso mismo que ocurre en sus narices, tomar nota de todo ello, robarle información valiosísima a la realidad, tomar posesión de unos secretos altamente confidenciales y, una vez cumplido ese papel bucanero, el del pirata que asalta los tesoros escondidos de su tiempo, convertir toda esa materia prima que son sus apuntes, sus vivencias, sus recuerdos, transformar ese material explosivo en buena literatura, en ficciones más o menos poderosas, en mentiras persuasivas que sean capaces de pasar por verdades a los ojos del lector más desconfiado!… ¡Es por eso perfectamente lícito que el escritor use como mejor quiera su experiencia personal para entregarse a novelar, a delirar, a soñar, a mezclar borrosamente lo que vivió o creyó haber vivido, porque ya sus recuerdos están inevitablemente teñidos de subjetividad, con lo que eligió vivir, gracias a su inventiva y su oficio, en el territorio siempre peligroso de la literatura, y no tan solo en un personaje sino en todos, en cada una de las sombras que se perfilan sobre sus páginas, porque el buen escritor debería ser lo bastante audaz como para agazaparse no sobre apenas un personaje sino sobre todos los que brotan con turbulencia de su imaginación, y meterse en sus corazones y sus mentes, y ser entonces un héroe y un villano, un valiente y un rufián, un don Juan y una puta, un ángel y un demonio!…

-¡Nunca he leído ninguna de tus obras!…

-¡Es que nunca he publicado ninguna de ellas!…

-¡Para poder publicar un libro tienes que tener dinero o un buen inversionista que apueste por ti!… ¡y para serte franco lo que yo hago es solo por tratar de sosegar a mis demonios internos, a mis temores y conflictos!… ¡una autoterapia!… ¡que a veces leo y releo todo lo que escribo!… ¡y para serte franco, me cago de la risa cuando lo hago!…

-¡Para comenzar a hacer un libro, tienes que tener una imaginación de mierda!…

-Ja, ja, ja… ¡Cierta vez, un gran amigo me dijo: “Tú para escribir te tiras un pajazo literario”!… ja, ja, ja…

-¿Nunca pensaste en publicar tus obras?- preguntó Víctor.

-¡Tal vez!… ¡tal vez no a gran escala; si no, como algo exclusivo!… ¡en edición limitada!… ¡además aun, la mayoría de personas son tan retrogradas que en su pensamiento creen que escribir sin pudor es igual a no tenerlo!… ¡y francamente eso me hace cagar aún más de la risa!…

-¡Me gustaría leer una de tus historias!… ¡y dependiendo de eso podríamos hablar de negocios!… ¡¿Que dices?!- me propuso.

-¡Suena interesante mi estimado Víctor!… ¡suena interesante!… ¡pero, dame solo un pequeño tiempo para poder terminar de escribir mi nueva autoterapia!… ja, ja, ja…

Comenzamos a reírnos discretamente, mientras Verónica y Josefa se acercaban.

-¿De qué se ríen par de sinvergüenzas?- preguntó Josefa.

-¡De nada malo negrita!- respondí.

-Mmm… ¡los diablos se ríen solo de sus diabluras!…

-¡Cómo crees eso mi amor, Ricardo y yo solo hablábamos de futuros proyectos literarios!- dijo Víctor.

-¿Cómo es eso?, cuéntenme…

-¡No negrita!… ¡lo dejaremos ahí por el momento!… ¡ahora es tiempo de hacer las parrillas!… ¡y sería mejor que nos ayuden, ya que nosotros no somos los peones de nadie!- dije con una sonrisa en los labios.

-¡Ay, cuando no el jefe mandando a los demás!- respondió Josefa -¡Pero, eso se va a terminar mi queridísimo Ricardito, mira que te estoy viendo medio pisadito con mi amiga Verito!…

-¡No digas eso Josefa!- dijo Verónica.

-¡No es que sea pisado!… ¡si no es que soy dedicado a mi enamorada!- respondí.

-¡Ojala que sea así siempre, y no cambies como las demás personas!…

-¡Cuando hay amor, comprensión y respeto mi querida negrita, todo se puede!…

-¡Oye Ricardo!- interrumpió Víctor -¡Que te parece si jugamos un partidito de futbol luego del almuerzo!… ¡acá a la vuelta hay un parque donde mis amigos de la chamba van siempre a jugar!… ¡qué dices!…

-¡Y las chicas nos harían barras!- dije sarcásticamente.

-¡Desde luego de mi amor!- respondió Verónica.

-¡No sé!… ¡soy malo en los deportes!… ¡yo jugaba futbol de niño solo porque mis padres eran los que compraban los uniformes de la selección de mi salón!… ¡y para colmo me hacían poner la camiseta número 10, el de los mejores, el de los capitanes, el mejor de los hijos de puta dominando la redonda!…

-¡Que importa hermanito!… ¡acá nadie es un divo jugando futbol!… ¡solo nos vamos a divertir un poco!- respondió Víctor.

-¡Vamos amor!… ¡di que sí!… ¡para que vean los demás que tienes una linda enamorada que te hace barras!- dijo Verónica.

-¡Está bien!… ¡solo por eso!…

Luego de una ardua jornada haciendo y degustando las parrillas en casa de Josefa, y luego de una breve digestión, decidimos ir al parque cercano a jugar un partido de fulbito. Recordaba el último partido que había jugado el cual me había dejado bastante maltrecho. Fue un áspero encuentro deportivo en una cancha de cemento en la capital. En aquella ocasión, había ejecutado una maniobra llena de picardía, hamacándome como Ronaldo, y sufrí dos consecuencias igualmente dolorosas: las risotadas de los rivales y los tres días que pasé en cama con un desgarro muscular.

-¡Te juro que será el último partido que juegue!- le dije a Verónica antes de salir hacia la canchita provisional que habían delimitado los amigos de Víctor, un sábado soleado y prometedor, amarrándome las zapatillas, respirando hondamente, para darme al momento una cierta solemnidad torera.

-¡Cuando vengas cojeando, no me pidas que te eche cremitas!- me dijo Verónica.

-¡No estoy tan viejo, amor!… ¡Voy a meter tres goles hoy!… ¡La clase nunca muere!…

Quemaba sin piedad el sol cuando, en una cancha de pasto mal recortado, y bajo la atenta mirada de algunos niños, los seudo jugadores nos alineamos en un equipo imbatible y enfrentamos, seguros de la victoria, a un puñado de trabajadores de casas vecinas, seis humildes nativos de esos bosques vírgenes sin historia. El capitán del equipo contrario era un jovencito de corta estatura y mirada asustadiza.

-¡Les vamos a romper el culo!- le dije, dándole la mano, tratando de intimidarlo.

Aquel capitán rival sonrió y pidió plata -¡Cien soles al equipo ganador!…

-¡Trato hecho!- contesté, desafiante.

Cuando comenzó el partido, y tras echar un vistazo a los adversarios, más bien bajitos y de muy consumida contextura, supe que ganaríamos y que les daríamos una lección inolvidable de buen fútbol a esos seis clandestinos habitantes selváticos.

-¡Enanos malparidos, pigmeos del carajo, los vamos a hacer papilla!- dije, antes de persignarme y rogarle al Altísimo que me concediera la gracia de marcar un par de golcitos justicieros.

Apenas a los cinco minutos de juego, aún no había tocado la pelota y ya nos habían metido tres goles. Yo había pedido, además de la capitanía, el puesto de líbero, como último hombre, para conjurar las emboscadas rivales, pero llegaba siempre tarde y no alcanzaba a detener a esos agilitos nativos, especialmente al capitán. Al ver que mis compañeros de cancha se quedaban cómodamente en las posiciones de avanzada, víctimas sin duda de una feroz resaca, perdí la paciencia y apelé a mi condición de capitán -¡Bajen, pues, carajo!...

-¡No jodas, oye!- fue la respuesta de uno de ellos, que zigzagueaba no por su habilidad innata sino porque corrían por sus venas caja y media de cerveza que había bebido la noche anterior.

Comprendí que aquel equipo estaba aniquilado por el trago y la mala noche. No sería fácil ganar. El partido recién comenzaba y los integrantes del equipo y yo mismo resoplábamos como toros viejos y malheridos, mientras esos enanos picarones nos escondían la pelota y corrían a una velocidad malsana, que hacía imposible neutralizarlos o al menos aplicarles un severo planchazo.

-¡Estamos jodidos!- me dijo a Víctor, que me acompañaba en la defensa -¡Hay que probar de lejos!- dijo, y poco después reventó la pelota y colgó al arquero contrario, igualmente chaparrito.

Poco después se quedó una pelota mansita para meter el derechazo seco y mortal. Supe que sería gol antes de patear. Después de patear, supe que no le había dado a la pelota sino al césped y que me había roto la uña del dedo gordo.

-¡Foul!- grité, pero nadie me hizo caso, uno de los enanos se rió en mi cara y, aprovechando mi doloroso traspié, nos metieron un gol más.

No podía correr bien, el dolor crecía en el pie derecho, pero de ninguna manera me rendiría, teníamos que ganar ese maldito partido y dejar en alto el honor. Lo cierto es que, a pesar de nuestros esfuerzos, no veíamos una y ellos seguían dándonos un baile.

-¡Corran carajo! ¡Marquen! ¡No se queden arriba esperando la pelota!- les grité a tres de mis compañeros, que, buscando la sombra de un árbol, parecían extrañar la penumbra de la discoteca donde habían pasado la noche bailando y sobre todo libando desmesuradamente.

-¡Échate agua, oye!… ¡Tampoco es la copa intercontinental!- escuché con amargura.

-¡Miedosos de mierda!- les grité, tras encajarnos el sexto gol.

Nada cambió en el segundo tiempo. Nos metieron cuatro goles más. Mis cinco compañeros casuales de juego y yo, zombis fatigados, dimos un espectáculo bochornoso y no pudimos siquiera urdir una jugada mínimamente vistosa. Dos de ellos, tuvieron que correr al baño para evacuar bucalmente los residuos de la mala noche. Otro de ellos, me mandó al carajo cuando le pedí que tocase en primera porque estaba complicando la salida.

Extenuado, disminuido por el dolor de uña, irritado por las risitas burlonas de los rivales, decidimos meter la pierna fuerte y dejarle un recuerdo cariñoso a uno de esos enanos insolentes que los iban ganando diez a uno. Aproveché una pelota dividida para meterle un puntapié artero al de polito azul que estaba en el arco. Este joven aguantó insensiblemente la embestida, siguió multiplicándose y, a juzgar por su mirada rencorosa, prometió venganza. En efecto, metió un pique corto pegadito a la raya, se barrió en una carretilla miserable que acabó con mi canilla derecha, con el partido y con mi vida futbolística.

El final del partido fue bien triste, no me despedí de mis compañeros de cancha, pues terminamos peleados, intercambiando recriminaciones, ellos alegando que regalé muchas bolas, y yo quejándome porque nunca bajaron a colaborar en la defensa; tuve que pagarle cien soles al capitán contrario.

-¡Te juro que nunca más juego fulbito!- le dije a Verónica, cuando entré cojeando a mi departamento -¡Nunca más!...

-¡Nunca más!- dijo ella, sonriendo.