7 mar 2011

DIA 12 – Viernes

Llegué a la oficina unos minutos tarde por el tráfico que aquel día invadía. Los autos y motocicletas se dirigían al aeropuerto a dar la bienvenida al Congresista Rocca. Aquellas autoridades y seudoperiodistas iban como putas en celo tras el mejor cliente adinerado teniendo en cuenta que aquel hombre concedería a todos sus placeres o casi a todos. Tampoco era ningún cojudo para invertir en algo o alguien que no tendría futuro.

Al llegar a la oficina, lo primero que hice fue mirar hacia el área de recursos humanos, encontrándose con la mirada de Verónica, lo cual hizo que mi corazón gitano latiera a mil por hora deseando ir a abrazarla y besarla; pero, no podía hacer eso ya que sería una falta de respeto hacia la institución. Ambos estábamos conscientes de ello, solo podíamos aguardar hasta poder estar juntos al culminar con la jornada laboral.

-¡Buenos días señor Ricardo!…

-¡Buenos días Cristina!…

Levanté la cabeza hacia donde se encontraba Verónica, la cual observaba cada detalle de la joven practicante asignada a su enamorado.

-¡Su enamorada me está mirando a cada rato!- dijo Cristina.

-¡Sí!… ¡es un poquito celosita!- respondí.

-¿Cuánto tiempo llevan de enamorados?...

-¡Este domingo cumpliremos!… ¡una semana!…

Ambos comenzamos a reírnos sin importarles el qué dirán. Sabía que aquel juego que estaban llevando a cabo era peligroso; pero lo prohibido atrae.

-¡Ya nada nos queda pendiente Cristina!… ¡todo lo tenemos listo!…

-¡Iré a cerciorarme en el local de recepción a ver que todo esté listo para la hora indicada!… ¡no queremos pasar roche cuando algo salga mal!… ¿o sí?- preguntó Cristina.

-¡Desde luego!… ¡me quitaste la palabra de la boca!- respondí.

-¡No solo eso quiero quitarle de la boca señor!…

Sonreí mientras Cristina se retiraba sonriente a cumplir con su obligación.

-¿No te parece muy atrevida tu practicante?...

Levanté la mirada ante la presencia de Verónica.

-¡No te pongas celosa!… ¡sabes que tú eres la única a la que quiero!…

-¿A la que quieres?... ¡a la que quieres ver con cuernos!- respondió Verónica.

-¡Ella sabe que eres mi enamorada!… ¡así que despreocúpate amor!…

-¡Encima descarada!… ¡Ricardo se le nota a millas que quiere algo contigo!… ¡tú sabes que no soy de decir lisuras!… pero, si me entero que entre tú y ella hubo algo… te jodes conmigo… ¡aunque me duela hacerlo!…

Diciendo eso, Verónica se retiró nuevamente a su escritorio, ante la mirada atónita de Josefa.

-¡Esa chiquita me gusta!- dijo Josefa -¡Se nota que no dejará que una zorrita le quite lo suyo!…

Al promediar el medio día, los trabajadores se retiraban hacia el cafetín, mientras Verónica se acercaba a mi escritorio.

-¡Ricar!… ¿estás seguro que me quieres?- preguntó Verónica.

-¡Por supuesto Verito!…

-¡Entonces demuéstralo y no estés coqueteando con esa chica, que me incomoda muchísimo! ¿Sí?...

Diciendo eso, se retiró rumbo a su casa. Estaba seguro de quererla, pero la tentación a veces era más fuerte y me hacía sucumbir en las llamas del placer carnal.

-¡Ricardín, vas a ir a almorzar!… mira que estamos con un hambre de la putamadre- dijo Leónidas.

-¡Desde luego Leo!…

Una vez en el cafetín, comenzamos a dialogar como siempre lo habíamos hecho, con las jodas de siempre, con los comentarios picantes y morbosos de Leónidas, con las pavadas de Rodrigo, con el ajo mesurado de Josefa.

-¡Dime la verdad Ricardín!… ¿te la estas culeando a tu practicante?... ¡mira que tiene un culito bien rico!… ¡durito como a uno le gusta!… ¡con esas tetitas bien riquitas para sacarle toda la lechecita!… ¡huy no sigo porque se me para la huevada!…

-¡Ay don Leo!… ¡usted si no habla sus mañoserías no está tranquilo!… ¡lo más seguro es que perro que ladra no muerde!…

Todos a un unisonó ruido soltamos unas carcajadas que todo el cafetín se llenó del sonidos de aquellas cuatribandas sonoras.

-¡Ricardo, y en tus ratos libres que es lo que haces!… ¡aparte de estar con las hembritas!- preguntó Rodrigo siempre muy educado e insípido.

-¡Pues!… me dedico a escribir… escribo historias tipo novelas, un tanto interesantes, sonsas y a veces insípidas… Cosas de un principiante, aficionado, novato a la escritura, con personajes ficticios y reales, entre la mentira y la verdad, entre la coincidencia y la realidad… Es una forma de relajarse… como una autoterapia- respondí -¡Prefiero cojudear escribiendo, a que cojudear chupando en cualquier bar de la ciudad!…

-¡Ojala no escribas nada relacionado a nosotros en tus historias!… ja, ja, ja… ¡Ricardín, si eres un chucha enamorando a las chibolas con tu floro, entonces tus historias volaran con la imaginación!… ja, ja, ja- dijo Leónidas.

-¡Si supieras Leo que a las chibolas no les digo ni mierda!… trato de ser lo más transparente posible… si aun así quieren tener algo conmigo entonces yo ya no soy culpable…

-¡El detalle es que solo te buscan las chibolas bien despachadas con esas tetitas frescas, como para darles una mamadita!- dijo Leónidas.

-¡Con que poco te conformas Leo!- respondí.

Las risas nuevamente invadieron aquel local, siendo el punto de mira de todos los presentes. De pronto apareció Cristina, siempre despampanante con aquellos pantalones y blusitas ajustadas, que marcaban las insinuaciones más escondidas de aquellos pensamientos masculinos hambrientos de carne fresca, tierna. Salvajes caníbales.

-¡Señor Ricardo, todo está listo para las cuatro!- indicó.

-¡Perfecto Cristi!… ¡tú sí que vales oro!… dime, ¿ya almorzaste?- pregunté.

-¡Aun!…

-¡Entonces comete algo y hacemos fuga al salón de recepciones!… ¡dile al cabro del cafetín que lo que comas lo ponga en mi cuenta!…

Cristina fue sin murmuraciones donde se encontraba Marcos. Mientras quedábamos observando las bondades que la naturaleza había proporcionado a aquella chiquilla.

-¡Trío de mañosos, morbosos y demás adjetivos, como diría Ricardo!… ¡que ganan mirándole el culo a Cristina!- mencionó Josefa.

-¡Negra, al menos deja que estos viejitos se ganen viéndole el trasero de Cristina!… ¡que más pueden hacer!… je, je, je- dije.

-¡Claro pues cojudo, si tú te la vas a comer enterita!… ¿acaso no te veo la cara de hambre cuando la miras a tu practicante?... ¡un poco más y te la tiras sobre tu escritorio!- respondió Josefa.

Luego del almuerzo, todos se retiraron nuevamente a sus puestos de labores, excepto Cristina y yo, que teníamos que ir al salón de recepciones y dar las últimas indicaciones.

Al llegar a aquel local se notaba una seguridad implacable, los alrededores limpios, la playa de estacionamiento ordenada para la ocasión, las decoraciones apropiadas sin excesos, los mozos bien vestidos, el buffet surtido con algunos de los manjares que a aquel congresista gustaba, las mejores anfitrionas de la ciudad, la iluminación perfecta. Todo en orden.

-¡Bueno Cris!… es hora de irnos a nuestras casitas y cambiarnos de ropa… ponte algo casual, nada de formalidad para ustedes, solo los responsables tendremos que estar con camisa y corbata en este calor de mierda… tenemos solo menos de una hora… así que volemos- indiqué, a lo que ella obedeció sin murmuraciones.

Me dirigí a mi departamento dispuesto a acicalarme levemente. Un rápido duchazo. Una lustradita a mis zapatos acharolados. La camisita manga larga sin una sola arruga. El pantalón de vestir bien planchado. La corbata apropiada. El perfume necesario. Una pasada de peine por aquellos cabellos lacios desordenados por el viento. En la billetera unos 100 soles para socorrerse de algunos gastos imprevistos. Las tarjetas de crédito clásicas. El par condones imprescindibles. Fui a la cochera, subí a la motocicleta y salí rumbo al salón de recepciones donde Cristina debía de estar haciendo las últimas coordinaciones respectivas. Aquella travesía la hice en muy pocos minutos. Situé mi motocicleta en la playa de estacionamiento bajo una seguridad implacable. Me dirigí al salón y la primera persona que encontré fue a Cristina, dándome la calurosa bienvenida con un beso bordeandome los labios -¡Bienvenido jefecito!… ¡espero que esta tarde usted quede complacido conmigo!…

-¡No tengo dudas de ello Cris!- respondí.

Ambos entramos al salón en el cual los invitados estaban haciendo su llegada entre autoridades de la región, empresarios, periodistas y algunos trabajadores de la institución con mayor cargo. Todos a la espera del congresista.

-¡Ricardo!- se escuchó una voz agria.

-¡Como este señor Segundo!- respondí.

-¡Muchacho, tu sí que te luciste!… ¡me dejaste con la boca abierta!…

-¡No solo es mi trabajo señor Segundo!… ¡también valgan los honores para mi practicante!…

-¡Sabía que harían una muy buena dupla!- sonrió observándola con cierta malicia, lo cual incomodó a Cristina.

Al cabo de poco tiempo hizo su presencia el Ingeniero Miguel Ángel Rocca, Congresista de la Nación, rodeado de autoridades que solo querían figurar ante las cámaras. Los flashes y saludos eran infaltables. Las presentaciones e invitaciones eran innumerables.

El momento protocolar estaba a cargo del señor Segundo. Las palabras halagadoras hacia el congresista, parecían declaraciones de amor de un estudiante de secundaria con ganas de culearse a la joven compañerita de clases.

-¡Ricardo!… ¡el señor Congresista me pregunta si hay hembritas bien ricas como para presentarle!… ¡pero sin mucho roche!- dijo el señor Segundo.

-¡Tengo un amigo que si puede conseguir a algunas traviesas!- respondí.

-¡Urgente muchacho que acá ganaremos un buen punto!- dijo el señor Segundo.

Tomé el teléfono celular e hice una llamada -¿Aló?… ¿Leo?… ¡oye cholito por qué no viniste a la reunión!… (…)… ¡si ya sabemos que es una huevada lo del protocolo; pero que podemos hacer!… ¡además, necesito de tu ayuda!… ¡Quiero que te contactes con un par de tus amigas!… (…)… ¡sí!… ¡las putitas de siempre!… ¡en especial esa tetona!… ¡es que el congresista este es un cachero de primera!… ¡y tú sabes!… ¡hay que dar una muy buena impresión!… (…)… ja, ja, ja… ¡perfecto Leo!… ¡no demores hermanito!…

Las copas de champagne se terminaban casi al instante de ser servidas. Leónidas llegó con tres amigas descomunales, las cuales fueron presentadas casi inmediatamente al Ingeniero Rocca. Los ojos de aquel congresista salían de sus orbitas con las curvas que tenían aquellas damas de compañía.

-¡Que buenas compañías trajo el señor Leónidas!- dijo Cristina.

-¡Si pues!… ¡Leo está acostumbrado a estar siempre con putitas!- dije.

-¿Y ahora nosotros que hacemos?- preguntó la muchacha.

-¡Esperar Cris!… ¡esperar!…

El tiempo seguía pasando y los invitados retirándose. Las botellas de champagne se acababan -¡Mozo!… ¡traiga más champagne!- grito el señor Segundo en estado casi etílico.

-¡Aguarde un momento!- señaló aquel congresista de aspecto grueso, de estatura alta, cabello corto crespo. Se bajó los lentes que llevaba puesto y dijo firmemente -¡Dejemos estas formalidades de champagne y demás cojudeces, y tomemos unas cervecitas bien heladas!… ¡no vengo desde la capital simplemente para hacer mi trabajo, sino para gozar de esta región y de sus atractivos!…

Las risas se escuchaban hasta afuera del recinto. Las botellas de cerveza llegaban de seis en seis. Aquella reunión protocolar se convirtió en una putería universal. Cristina y yo observábamos de lejos sin inmiscuirnos.

-¿Cómo se siente señor?- preguntó Cristina.

-¡Cansado Cris!… ¡cansado!… ¡necesito descansar!…

-¿Masajitos?- propuso Cristina.

-¡Por supuesto!- dije entre una media sonrisa -¡Y a todo esto Cristina!… ¡nunca te pregunté si tenías enamorado, o algo parecido, ni mucho menos que edad tienes, ni qué clase de personas te gustan!…

-¡Son varias preguntas!… (…)… La primera… ¡No, no tengo enamorado o algo parecido!… (…)… La segunda… ¡tengo 20 años muy bien cumplidos con todas las letras en mayúsculas! -entre sonrisas- y la tercera… ¡me gustan los chicos que no sean de mi edad, tienen que ser mayores que yo, que sean churros, coquetos, altos e inteligentes para todo!…

-¡Coincido con casi todo!… excepto por lo churro- respondí con una sonrisa.

-¿Y a usted como le gustan las chicas?- preguntó Cristina.

Sonreí ante aquella pregunta. Mientras los demás seguían bebiendo a más no poder, con algunos personajes que iban al baño a vomitar y luego regresaban con el aliento oliendo a mierda chorreando por los límites de la boca una hilera viscosa, mi practicante y yo seguíamos conversando de lo nuestro. Yo hablaba de Verónica, de cómo la conocí y de lo casual que fue ser enamorado suyo. Cristina solo escuchaba silenciosamente, contemplándolo.

Al llegar las 8 de la noche, el ambiente estaba vacío. Solo quedó el personal de limpieza de aquel local. Aquella conversación se había prolongado de manera inusual.

-¡Disculpa Cristina!… ¡debo de haberte aburrido con tanta palabrería!- dije.

-¡Despreocúpese señor!… ¡me encanta escucharlo siempre!…

Ambos quedamos mirándonos y de pronto Cristina se acercó a mí y me dijo al oído -¡Esta noche usted no se me escapa de la conclusión de los masajes!… ¡y no habrá excusa para ello!… ¡ni interrupciones!…

Sabía que aquello solo significaría una sola cosa. En mente tenía la duda de que todo eso sea una trampa, una estrategia, un plan para descubrir lo puto que éste era. Mi cabeza caliente no podía más. Moría de ganas de hacer el amor como loco con aquella muchacha de rasgos orientales y cuerpo perfecto.

-¡Ok Cristina!… ¡sin interrupciones!… ¡te doy mi palabra!- respondí.

Salimos del salón de recepciones y nos dirigimos a la playa de estacionamiento, subimos a la motocicleta y nos dirigimos a mi departamento. No hubo ni una sola palabra en el trayecto a aquella habitación. El camino estaba trazado. Solo bastaba con concretar aquella conclusión de varios días atrás.

Al llegar al departamento, ambos prófugos de la complicidad nos miramos a los ojos, mientras la imaginación reinaba aquellos instantes. No habían escrúpulos de por medio. No existía la razón. No había un porqué.

Metí la llave en la puerta del departamento cuando de pronto sonó el teléfono celular de Cristina. Ella miró aquel número que aparecía en pantalla y se alejó por un momento para contestar. Luego de un instante se acercó -¡Discúlpeme señor Ricardo!… ¡sucedió un imprevisto en mi casa y tengo que irme!…

-¡Si gustas te llevo!…

-¡No es necesario!… ¡yo voy sola!- respondió.

Diciendo esto dio media vuelta y se retiró dejándome desconcertado. Las coincidencias por estropear aquel acto eran evidentes. Una vez más el destino y las circunstancias impedían lo deseado.